sábado, 26 de noviembre de 2011
Ojala la ley
-El azul me va muy bien...- Pensaba Amado, vestido, precisamente, de azul. Deambulaba dentro de un centro comercial- Me respetan, sí, me tienen respeto. Saben que soy la autoridad, que no pueden contra mí.
Y seguía dando pasos sin sentido, observando a todos los que caminaban por la tienda. Amado siempre quiso ser superior a todos los humanos. Se cansó de recibir tantos golpes de su amo. Siempre lo llamaba "¡puerco!" sin razón alguna.
Los hijos de su jefe lo golpeaban, se reían de él y no sentían pena. Aunque muy bien alimentado, Amado tenía su limite y la familia Barron ya lo había pasado.
-Ahora soy yo quien ordena- se decía con sonrisa burlona.
Jorge Barron se levantó ese día con un animo inusual. En diciembre siempre habían cumplido con la tradición de cocinar un pavo, pero este año la familia decidió cambiar de platillo. El jefe de la familia nunca tuvo problemas con los cambios, al contrario, siempre le gustaba buscar algo mejor, algo que ofrecer.
-Saliendo de aquí voy a ver a quién me puedo joder, ya tengo hambre.
Amado busca solamente a quien pueda dejarse engañar. En eso consiste su trabajo, o por lo menos en eso lo hicieron consistir. Antes era un empleo digno, honesto, pero claro, siempre es más fácil dejarse seducir por la superioridad que por la honestidad. Sus compañeros cayeron en lo mismo, llámese trampa o bendición. Su oficio se volvió más popular y demandado.
-La familia se tiene que mantener de algo. Si esos pequeños no comieran como animales no tendría que trabajar tanto para darles de comer. O si pagaran mejor, no tendría que hacer lo que hago. O si la gente no incumpliera tanto...
Amado nunca fue el mejor en su trabajo. Estaba muy lejos de serlo, ni siquiera lo cumplía cómo debía de ser, incluso se volvió cómplice de los que iban en contra de su "educación".
Al decidir que la cena de esa navidad sería un cerdo, Jorge se apresuró a buscar al más gordo, más jugoso, para terminar con su vida y poder cocinarlo con tanto aceite como hambre tuvieran. Don Jorge llegó a la puerta que evitaba que los animales escaparan, se adentró en el mismo terreno y llamó al indicado:
-¡Hey! Cerdo, cerdo, despierta.
Amado desvaneció en su cabeza la imagen que tenía (de él mismo vestido de azul) para despertar y ver a un hombre de aspecto un poco desgastado, con arrugas junto a los ojos.
-Hoy es la cena, espero que nos dé tiempo de cocinarte.
Amado, sin más explicación, ni razones, fue cocinado y hervido para el deleite de la familia Barron.
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