lunes, 20 de mayo de 2013

Tragedia

"Así ya no vale nada, ¿qué quieres que haga sin ti?. Sin ti no hay risa, no hay sol ni sentimientos. Sin ti ya no hay dolor, ni siquiera eso. No tengo guía.
Tragedia, eso es lo que tengo."

Esmeralda conoció a Mario en la biblioteca. Él tenía en su mesa un lote de libros, estudiaba leyes y estaba decidido a ser un gran abogado. Vestido de traje, lentes y zapatos bien lustrados.
Ella en cambio acababa de entrar al lugar. Ya había encontrado el titulo que iba buscando, era más romántica . Llevaba un vestido color durazno, zapatos cómodos y el cabello peinado con una diadema.
Los ojos no tardaron en encontrarse, la emoción no se hizo esperar, en fin, era una escena cálida.

Descubrieron varias cosas en común, necesarias como para querer conocerse más y salir juntos a cenar. Ambos disfrutaban de una buena platica, pasta, vino y algunas velas.
Mario era de lo más precavido y atento. Pocas cosas le parecían tan mágicas a Esmeralda como estar juntos, se enamoró completamente de él. Ambos habían encontrado algo que no imaginaban pero ya no querían soltar nunca más: amor.

Luego de 3 años seguían siendo una feliz pareja, tenían un buen departamento, un buen auto y buena salud.
Mario Hugo terminó sus estudios y trabajaba en su propio despacho. Para ese entonces ya había llevado varios casos de los cuales salió victorioso.
Ella daba clases de autodefensa, en su mayoría, a damas y jóvenes. Estaba en forma y era fuerte pero seguía siendo una romántica, tal vez por eso se decidió a enseñar técnicas de golpeo, a ser fuerte por fuera ya que por dentro era más suave, más maleable. Una de las personas a las que un buen libro podía hacer reír o dar melancolía.
Eran una pareja feliz hasta que la Av. Corrientes les cambió la vida.

Una noche, saliendo del cine, se dieron un gran abrazo, se besaron y sintieron enormemente tranquilos. Subieron a su auto e iban para su hogar. Después de dos semáforos sucedió lo injustificable:
Un hombre borracho que manejaba un camión chocó contra ellos.
El golpe fue inmediato, duro y de frente, rompiendo el parabrisas en cientos de cristales. Algunos aterrizaron en el rostro de Esmeralda, que viajaba en el asiento del copiloto. Se enterraron en sus ojos, sus mejillas y su expresión. También tuvo lesiones en el cuerpo.
Mientras que Hugo resultó herido de la cabeza, el cuello, los brazos y una pierna.

Cuando llegaron al hospital todavía estaban conscientes, pero no tardaron mucho en dormir. El personal los cuidó y se hizo todo lo que se pudo por ambos.
Al despertar, Mario tenía la pierna enyesada, un parche en el ojo derecho y seguía en la cama del hospital.
Esmeralda no corrió con la misma suerte, si es que se le puede llamar así a algún grado de esta tragedia. Despertó gritando, no una palabra, sino un grito desorientado y estremecedor... Había perdido la vista.
Una enfermera entró a la habitación para tratar de tranquilizarla pero fue en vano, ella estaba llena de rabia, nunca había sentido tanto odio en su vida. Odio, esa es la palabra, pero está bien por que también es un sentimiento. O por lo menos una sensación.

Pasaron dos años más que habían traído consigo la resignación y confianza de que por lo menos aún seguían juntos. No se abandonaron, ni ella a él, ni él a ella.
Aprendieron a andar juntos de nuevo por la ciudad. Hugo la guiaba con su hombro sirviendo de apoyo para la mano de ella, que seguía joven, suave y delgada. De eso daban el crédito al amor que sentían los dos.

Una tarde, caminando por una calle, dos tipos bajaron de una camioneta muy cerca de la pareja y corrieron hacia ellos. Forcejearon y golpearon a Mario mientras que Esmeralda escuchaba. El miedo no la dejaba respirar, sintió una mano que la tomó muy fuerte del brazo y se quitó de encima al dueño de la misma.
Pegó con todas sus fuerzas a las personas que sintió cerca. Claro, no había olvidado lo que antes enseñaba.
Escuchó cuando la camioneta se alejaba, se sintió pequeña y llena de tristeza. Tristeza, por que también es un sentimiento.
Gritó muchas veces "¡Mario!" pero ya no recibió respuesta.
Decidió...
Y apenas el oxigeno le alcanzó, corrió en línea recta hasta encontrar su muerte.