miércoles, 17 de julio de 2013

Florero (cuando me rompa, espero que quede en tu conciencia)

Yo ya sabía de tus planes de abandonarme, claro. ¿Quién te conocía tan bien como para saber que cuando sientes culpa, te muerdes los labios? En ningún otro caso haces lo mismo.

Fue en una tarde de Junio, yo volvía del trabajo cuando te encontré con tu bolsa, dispuesta a largarte por siempre (pienso yo) de mi vida. Y por supuesto que traté de detenerte, te hablé de mi necesidad por tus palabras, tu voz, lo mucho que me gustaba que estuvieras siempre ahí, dispuesta, como la melancolía está siempre dispuesta a hacerse presente en un día lluvioso.
Lo que dijiste lo recuerdo muy bien porque no me fue suficiente, me hizo sentir impotente, rabioso.
¿Qué dijiste? "Discúlpame".

Las disculpas a mí ya no me sirven, desde que yo te las pedía a ti sin una pizca de honestidad en mi boca, sin culpa, me convertía en el niño que juraba haber hecho la tarea para poder salir a jugar.
Cuando descubriste mi engaño lo único que me quedaba era convencerte y ¿para qué? Seguro esa era tu pregunta, pero sinceramente, ¿te imaginabas ya la vida sin mí?. Verte, comer juntos, intercambiar las desgracias del día era ya parte de ambos y no podía pensar en algo distinto.
Las disculpas a mí ya no me sirven, desde que que yo te las pedía y supe que podían ser vacías.

Sé bien que exigir calma y aceptación de tu parte sería mucho, pero mucho pedir. Tal vez pensé que simplemente nos soportaríamos, como tantas personas que conozco: familiares, amigos, amantes y vecinos.
¿Qué hacen ellos? Hacen lo que seguramente Dios al escuchar los rezos: ignorar.
¿Y a quién le reza Dios?

Cuando te fuiste no me diste explicaciones y creo que sabes que no las necesitaba. ¿Qué clase de idiota tendría que ser para no darme cuenta de que me dejas por que cometí un error y lo seguí cometiendo? Incesante.

Después, como todo un ser humano, preferí evadir mis problemas hasta que se resolvieran solos o al menos pudiera olvidarlos.
Tomando tragos  y tragos, vasos y vasos, botellas y botellas, litros y litros de whisky, ron y mezcal. Hasta que en una de mis tantas ausencias de razón, quedé atado a esta maldita silla de ruedas.
Me convencí a mí mismo de terminar con mi vida, saltando a una autopista a plena luz del día y el camión que me arrolló sólo pudo romperme alguna parte de la cadera, creo, no puse mucha atención cuando el doctor lo explicó por que no me interesaba. También tuve un problema con el brazo pero el yeso me lo quitaron hace ya 3 semanas.

Es el tiempo que llevo escribiéndote esta carta. Lo tuve que hacer con mi propia sangre en la pared de este hospital, que ya es para enfermos mentales y no para atender mi problema del brazo. Aquí estoy desde que intenté matarme.
Llevo 3 semanas escribiendo por que siempre llegaban a detenerme, los tontos doctores piensan que llevo 3 intentos más de suicidio, pero no entienden que uso el liquido de mi brazo izquierdo por que no quisieron darme tinta y papel.